Alfonso Gil Johannesburgo 11 jul (EFE).-
Sudáfrica, sede del Mundial de 2010, echa hoy, con la final entre Holanda y España, el telón oficial a la fiesta futbolística del primer MUndial disputado en África, pero que al país le duró tan sólo diez días, los que tardaron los "bafana, bafana", en quedar eliminados.
El fútbol ha aprobado lo que algunos consideraban la asignatura pendiente de la celebración por primera vez en la historia un Mundial en el continente africano, en el que Sudáfrica ha marcado el registro negativo de la eliminación por primera en la historia de una selección anfitriona en la fase de grupos de la competición.
La Copa del Mundo duró menos de dos semanas para Sudáfrica. Su participación concluyó el ya lejano 22 de junio. Entonces el país se dividió entre los que decidieron buscar nuevos alicientes en el torneo y los que, simplemente, se olvidaron del Mundial.
Esta eliminación dividió al torneo en una parte inicial festiva y poco futbolística durante los días previos y en el inicio de la competición, y otra parte, la más reciente, con la vista puesta en el terreno de juego, las estrellas y los equipos finalistas.
Antes del inicio del Mundial, un buen número de sudafricanos iban a trabajar todos los viernes con la camiseta de los "bafana, bafana". Las calles y los coches estaban engalanados y el color amarillo de la selección local predominaba en muchos lugares. Todo eso pasó a la historia.
Incluso hubo concentraciones, procesiones cívicas, reuniones de seguidores en las que los sudafricanos negros o blancos, jóvenes o mayores, hombres o mujeres, casi siempre en un ambiente familiar, se mostraban satisfechos con la fiesta que juntaba al fútbol y al país del Arco Iris.
La explosión de júbilo en el primer gol del Mundial, el que marcó Shipiwe Tshabalala para los sudafricanos en el Soccer City el pasado 11 de junio, abrió una fiesta que no se apagó ni con el empate ante México en ese mismo encuentro, ni con la contundente derrota ante Uruguay en el segundo partido.
Aunque las posibilidades de clasificación eran mínimas, en la tarde del 22 de junio se vivía una ambiente de esperanza que nunca se habría dado en otro país con una tradición futbolística mayor, ya que de nada iba a servir su esfuerzo ante Francia si Uruguay y México lograban empatar.
Pese a ello, los sudafricanos vivieron ese día una jornada especial, salieron antes del trabajo, hicieron acopió de comida y bebida para ver el partido y se encontraron con la fiesta de la victoria ante Francia y el funeral de la eliminación de Mundial.
Fue entonces cuando los poderes públicos locales reforzaron la idea, apuntada desde un tiempo atrás, de que este era el Mundial de toda África. Miraron a su alrededor, vieron que la única selección del continente que permanecía era Ghana y lograron que el fervor mostrado por la selección local se trasladara a la de ghanesa.
Ghana venció a Estados Unidos y perdió con Uruguay, pero en ambos partidos jugó completamente de local. Ahí terminó la Copa para los sudafricanos, excepto para los que depositaron su confianza en cualquier de los cuatro semifinalistas: Alemania, España, Holanda o Uruguay.
A partir de entonces, La fiesta del fútbol, ya de forma definitiva, se centró en los terrenos de juego, ya que los partidos empezaron a cobrar la emoción que se había dejado de vivir en las calles.
Ahora, a Sudáfrica únicamente le queda el análisis de lo que quedará para el país tras el Mundial, una vez se ha comprobado que buena parte de las infraestructuras y las comunicaciones han mejorado, mientras quedan pendiente asuntos como el de la futura utilidad de los estadios o la seguridad ciudadana.
Todo ello, sin dejar de lado la cuestión fundamental que todavía no tiene respuesta, la de si la disputa del torneo va a mejorar la vida de los sudafricanos en aspectos sociales, económicos o educativos. EFE ag/jag ñinimas, el partido amnte.